Ecos de la decadencia moral: desde Mesalina a Lily Phillips

«Mi filosofía es: lo que la gente diga de mí no es asunto mío. Soy quien soy y hago lo que hago. No espero nada y acepto todo. Y eso hace la vida más fácil. Vivimos en un mundo donde los funerales son más importantes que los difuntos, el matrimonio es más importante que el amor, las apariencias son más importantes que el alma. Vivimos en una cultura de embalaje que desprecia el contenido.»— Reflexión atribuida al gran actor Anthony Hopkins.

En estos días de relativo asueto, he prestado una atención más minuciosa a las redes sociales, esas plataformas que conocemos por múltiples nombres. En ellas convergen todo tipo de gente: una mayoría que busca magnificar los hechos o distorsionarlos, dañar reputaciones de manera maliciosa, opinar sin fundamentos, propagar rumores venenosos y seguir de cerca los chismes, insultos y desnudos de figuras que, hace apenas unas décadas, habrían permanecido en el anonimato, limitándose a servir copas en los casinos o brindar sus favores en casas de citas y centros de entretenimiento nocturno para adultos.

Recordemos Roma en las postrimerías de su grandeza universal. La descomposición moral de sus élites y ciudadanos fue uno de sus distintivos más vergonzosos. La decadencia sistémica del imperio, las pasiones desenfrenadas, la glorificación del poder ilimitado y abusivo, y el dinero como llave de acceso a los más bajos instintos parecían dominar el ocaso del centro de poder mundial en la época de los césares y sus nobles familias.

Quienes tuvimos escuela recordamos la historia de la emperatriz romana Mesalina, esposa de Claudio, conocida por su poder y promiscuidad. Se narra que esta mujer, cuya posición social le aseguraba todo tipo de placeres, desafió a una prostituta llamada Escila a un duelo de encuentros sexuales con múltiples hombres en una sola noche. Mesalina no solo buscaba placer por sí misma, sino que, al vencer a Escila, pretendía consolidar su reputación como la mujer más libertina de la antigua Roma. Los relatos varían, pero el número de hombres involucrados esa noche oscila entre 25 y más de 200, según los cronistas.

En aquellos tiempos, la «reputación» podía construirse sobre la promiscuidad exacerbada, la crueldad extrema, las conquistas y masacres de pueblos enteros, las orgías y pomposos banquetes, o la victoria sangrienta en las batallas de esclavos del Coliseo. En una sola noche, Mesalina debía fortalecer su ya consolidada imagen de mujer resistente, deseada e incansable, superando a la bella Escila.

Hoy, en una era de luces, descubrimientos y maravillas tecnológicas, parece repetirse la misma trilogía contradictoria de los tiempos romanos: decadencia occidental, poder sin normas y moral deteriorada. La declinación de algo grandioso y omnipresente, como el mundo occidental contemporáneo o el romano hasta su caída en 476 d.C., trae consigo una ruptura abrupta y desvergonzada con los valores que sustentan el decoro, la moralidad, las buenas costumbres, el orden y los necesarios límites a las múltiples manifestaciones de irracionalidad del ser humano.

Fuera de las numerosas divas y divos dominicanos que ganan notoriedad sin evidencias de una educación primaria o secundaria o quizás exhibiendo títulos universitarios falsos, los paralelismos entre Mesalina y la modernidad se intensifican día a día. En lugar de repulsión, generan curiosidad, ovaciones, reconocimientos, millones de seguidores y la más amplia cobertura de los medios de comunicación occidentales.

Tomemos, por ejemplo, a la joven británica Lily Phillips, de 23 años, quien ha ganado notoriedad al cumplir el reto de acostarse con 101 hombres en un solo día, superando su objetivo inicial de 100. Se rumorea que pretende superar incluso los números aportados por los cronistas romanos sobre Mesalina. Heroínas del siglo XXI como Lily abundan, siendo ampliamente creadas y publicitadas por las redes sociales: nuevos imperios que, sin duda, moldean de manera perniciosa la conducta humana.

Entre las plataformas más destacadas en estos empeños se encuentran TikTok, YouTube y OnlyFans, que se presentan como los nuevos centros de poder que promueven la promiscuidad y la descomposición moral. Sin embargo, la algarabía en estas plataformas no es suficiente; estos nuevos protagonistas de la decadencia moral sistémica de Occidente cuentan con el respaldo de figuras como Josh Pieters, quien ha cosechado un notable éxito con su documental I slept with 100 men in one day, una representación sensacionalista y emocionalmente manipuladora de la hazaña de Lily.

Y no es solo Lily: decenas de individuos muestran sus cuerpos arreglados o participan en actos de desenfreno sexual, buscando ganar más notoriedad de la que ya poseen. ¿Qué podemos esperar cuando proliferan en OnlyFans creadoras de contenido para adultos como Sophie Rain, quien recientemente reveló haber ganado 43.5 millones de dólares en un año gracias a la lealtad de su mayor fan? ¡Y apenas tiene veinte años!

Sin duda, entre la antigua Roma al final de su imperio y la actualidad, se puede establecer un inequívoco paralelismo de decadencia moral absoluta y descomposición ética. La diferencia abismal no reside en la esencia, sino en el impacto mundial de las redes sociales, que fomentan el morbo y atrofian la empatía y la compasión, debilitando el tejido social. Estudios recientes indican que el uso excesivo de redes sociales está correlacionado con aumentos en tasas de ansiedad, depresión, soledad y suicidios entre jóvenes y adultos por igual.

La exposición constante a contenidos sensacionalistas y la búsqueda de validación a través de likes y seguidores han erosionado la profundidad de las relaciones interpersonales y el sentido de comunidad.

En estos medios, al alcance de niños y jóvenes, la sexualidad se convierte en un deporte y un medio para dominar y destruir el espíritu humano. A esto debemos sumar el individualismo extremo promovido por el neoliberalismo, que valora el éxito personal basado en números y popularidad, deshumanizando las relaciones. Las competiciones anglosajonas modernas son un excelente ejemplo de ello. Toda esta parafernalia busca imponer, entre otras cosas, una visión simplista del feminismo, donde el éxito de una mujer se atribuye a sí misma y sus fracasos a factores externos, reflejando una superficialidad en la lucha por el empoderamiento femenino.

Además de figuras individuales, movimientos como el culto a la celebridad y la cultura del influencer han transformado la manera en que percibimos el éxito y la moralidad. La glorificación de la vida perfecta y la exposición constante de aspectos íntimos de la vida personal generan una presión permanente para mantener una imagen idealizada, lo que contribuye al deterioro de la salud mental y la autenticidad personal.

Las consecuencias sociales de esta decadencia son multifacéticas. La pérdida de empatía y compasión debilita el tejido social, mientras que la superficialidad de las relaciones interpersonales disminuye la cohesión comunitaria. Además, la exposición temprana a contenidos sexualizados y la normalización de comportamientos decadentes afectan el desarrollo psicológico de los jóvenes, quienes finalmente dejarán de buscar modelos a seguir que priorizan la fama y la notoriedad sobre valores éticos y morales sólidos.

Sin embargo, es importante reconocer que, aunque las redes sociales facilitan la proliferación de comportamientos decadentes, también sirven como herramientas de empoderamiento y cambio social positivo. Movimientos como #MeToo -movimiento social y campaña de concientización contra el acoso sexual, la violación y la cultura de la violación- y campañas de concientización sobre salud mental han encontrado en estas plataformas un espacio para crecer y generar impacto positivo.

Es crucial no perder la esperanza y reconocer que, al igual que en la historia de Roma, el cambio es posible. Es necesario fomentar una educación digital que promueva el pensamiento crítico, la empatía y los valores éticos. Asimismo, las plataformas de redes sociales deben asumir una mayor responsabilidad en la moderación de contenidos y en la promoción de un entorno digital más saludable y constructivo (ver El siglo de las redes de idiotas Acento, 24/02/2018).

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