Manual (inexistente) para ser la mujer perfecta: Trabajo, casa y culpa incluida
Las recientes declaraciones sobre el supuesto “descuido del hogar” por parte de las mujeres exitosas no son solo desafortunadas, son un eco anticuado de estereotipos que deberían estar enterrados hace tiempo. Si ser una mujer exitosa fuera fácil, seguramente ya existiría un manual detallado. Uno que incluyera capítulos como “Sea brillante en el trabajo sin que se note que tiene hijos” o “Estrategias para que la culpa por dejar la casa sin barrer no le impida liderar reuniones.” Pero no, ese manual no existe.
En cambio, lo que abunda son juicios disfrazados de consejos, críticas vestidas como preocupaciones y discursos oxidados que insisten en medir el valor de una mujer por la cantidad de platos limpios en su fregadero. Todo esto, más que indignarme, me ha llevado a reflexionar sobre la necesidad urgente de responder con datos, argumentos sólidos y, sobre todo, con claridad. Porque lo que está en juego, además de la dignidad de las mujeres, es el avance de toda la sociedad.
Detrás de una mujer exitosa no hay un hogar descuidado, sino el peso de cargas desiguales, sacrificios invisibles y batallas silenciosas. Sin embargo, esta verdad incómoda sigue siendo ignorada por una sociedad que insiste en responsabilizarlas por la desintegración del hogar cuando priorizan su desarrollo profesional. Este discurso no solo invisibiliza sus logros, sino que perpetúa un sistema de desigualdad donde ellas siguen cargando con responsabilidades desproporcionadas en el hogar, además de destacar en sus trabajos.
Las cifras hablan por sí solas. En República Dominicana, las mujeres dedican 36 horas semanales al trabajo no remunerado en el hogar, mientras que los hombres apenas 12 horas, según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE). Esta brecha es tan amplia como injusta. Aunque muchas mujeres han conquistado espacios de liderazgo, lo han hecho sin dejar de cumplir con expectativas tradicionales que las mantienen atrapadas en dobles y hasta triples jornadas. El precio del éxito femenino no es solo esfuerzo y dedicación; también es agotamiento, culpa y cuestionamientos constantes.
Y mientras se les exige ser impecables en casa y brillantes en el trabajo, también se les culpa por problemas sociales que están lejos de ser su responsabilidad. Se les señala, por ejemplo, por no haber “sabido educar” a hombres violentos, como si ellas fueran las únicas responsables de formar ciudadanos. Esta narrativa absurda y machista no solo perpetúa patrones violentos y machistas, sino que exonera a los hombres de la responsabilidad de cuestionar y transformar su propio comportamiento.
Las políticas públicas tienen un papel clave para desmontar esta estructura desigual. Es urgente que República Dominicana implemente una política nacional de cuidados que distribuya de manera equitativa las responsabilidades domésticas y de cuidado. Esto incluye servicios de atención infantil accesibles y de calidad, licencias parentales obligatorias y equitativas, e incluso, incentivos fiscales para empresas que apuesten por la conciliación laboral y familiar.
Países como Uruguay y Chile ya han demostrado que invertir en estos sistemas no solo beneficia a las mujeres, sino que impulsa el crecimiento económico y social. Y más importante aún, transforma las relaciones entre hombres y mujeres, haciendo posible una verdadera corresponsabilidad. Porque mientras las mujeres no sean liberadas de la carga invisible que llevan sobre sus hombros, la igualdad seguirá siendo una promesa vacía.
Se necesita, además, un cambio cultural profundo. Urge desmantelar los estereotipos que glorifican el sacrificio femenino y perpetúan la dependencia emocional y logística de los hombres hacia las mujeres. No podemos seguir transmitiendo a nuestras niñas y adolescentes la idea de que cuidar es una obligación exclusiva de ellas, mientras que los hombres tienen derecho a dedicar todo su tiempo al trabajo o al ocio. La igualdad debe enseñarse en la infancia y practicarse en casa.
El éxito profesional de una mujer no viene a costa de su hogar. Al contrario, muchas veces lo fortalece. Las mujeres exitosas proporcionan recursos, modelos de liderazgo y relaciones más equitativas dentro de sus familias.
Dejemos de cuestionarlas y empecemos a celebrar sus logros. Es momento de facilitar condiciones que permitan que muchas más alcancen su máximo potencial. Cuando las mujeres prosperan, la sociedad también lo hace. No se trata de una lucha de géneros. Es reconocer que el éxito de las mujeres no amenaza al hogar ni a la sociedad, sino que es el motor del desarrollo colectivo.
Lo que realmente hay detrás de una mujer exitosa no es un hogar descuidado, sino sacrificios invisibles y luchas silenciosas. Es en esta resistencia admirable donde encontramos la fuerza transformadora que impulsa el crecimiento de familias, comunidades y sociedades enteras.
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