Nuestra hipócrita izquierda

No sorprende el descarado apoyo de muchos políticos de la izquierda reaccionaria latinoamericana al golpe de Estado ejecutado por Nicolás Maduro tras su derrota electoral el 28 de julio de 2024 y consagrado en tétrica e infame ceremonia el pasado 10 de enero. Y es que la doble moral de esa izquierda -tan crítica únicamente de las dictaduras de derecha- es tan vieja como ella.

Recordemos cómo gran parte de la intelectualidad progresista, amante por autodefinición de la justicia, la democracia y los derechos, ignoró -y hasta justificó- adrede, no tanto los desmanes de una dictadura como la de Maduro, sino los abominables crímenes del tirano Stalin, incluyendo campos de concentración y resultando en más de 30 millones de personas muertas. No por azar los crímenes nazis tan solo son negados por conspiranoicos negacionistas, en tanto que, todavía hoy, respetables izquierdistas niegan la gravedad de los crímenes soviéticos.

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Es lógico que esta indiferencia frente a la barbarie comunista sea exhibida por una izquierda vanguardia de la utopía de un “hombre nuevo”. El comunismo, ya advirtió Karl Popper, implica una forzada reingeniería social, tan anciana como ese Rousseau para quien, si alguien no quería ser libre, había que forzarlo a ser libre. El camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, por lo que todo paraíso político terrenal termina indefectiblemente en un cementerio no solo de cadáveres sino de hombres vivos.

Como dice Juan Esteban Constaín, “la utopía y la revolución, ese es el bien supremo en nombre del cual hay que justificarlo todo”. El lema es: «Compañeros: no es el momento de pensar en el ideal, ya habrá tiempo para eso [..]. Ahora es el momento de la Realpolitik”. O mejor aún: “No, compañeros: serán unos dictadores brutales nuestros amigos, pero son nuestros amigos y hay que tratarlos con cariño, enfilar el espejo muy bien hacia el contrario, como Arquímedes, para quemarlo”.

Sartre afirmaría que en política hay “asesinatos necesarios”. Camus, burlándose de su futuro íntimo enemigo, resumiría la tesis sartriana, vía uno de los personajes de su novela La Peste, que anticipa su crítica en el ensayo El hombre rebelde a todos los totalitarismos, afirmando que “esas pocas muertes eran inevitables para la construcción de un mundo nuevo en el que el asesinato dejaría de existir”.

Pero Maduro no es Stalin. Es, sin embargo, un cada día más feroz dictador, un peligro para la seguridad geopolítica del continente americano, propiciador de un capitalismo de amiguetes del desastre y beneficiario de un principio de no intervención, entendido distorsionadamente como libre autodeterminación de las autocracias, concepción que solo será erradicada reviviendo en el sistema interamericano la doctrina Betancourt del cordón sanitario contra los autoritarismos diestros y siniestros, sin que ello implique intervenciones militares que justifiquen conquistas territoriales de Rusia y China.

Mientras tanto, ante la ineficaz política exterior estadounidense y la chercha trumpista sobre Cánada/Groelandia/Canal de Panamá, la unión panamericana de la neoderecha, encabezada por Milei y Bukele, liberales solo para los mercados y que, como la China de Xi Jinping pro Maduro, estatista para los mercados, no se caracteriza precisamente por su amor a la democracia y los derechos, aprovecha para su causa la batalla contra la autocracia chavomadurista que Lula, Sheinbaum y Petro, contrario a Boric, no han lamentablemente querido liderar.

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